En 1972, Alemania organizaba los XX Juegos Olímpicos. Eran los primeros a su cargo después de la Segunda Guerra Mundial y luego de aquellos de tinte nazi celebrados en Berlín 1936. Toda Munich los disfrutaba con quietud y entusiasmo cuando, iniciada la segunda semana, un ataque terrorista irrumpió su calma.
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Los Juegos Olímpicos se celebraban entre el 26 de agosto y el 11 de septiembre de 1972. En el evento participaban 7134 atletas de 121 países desarrollando hasta 23 disciplinas y 195 especialidades. En esta oportunidad, el objetivo de los alemanes era limpiar la imagen de las olimpiadas de Berlín 1936 explotadas a fin de popularizar el régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler. Así fue que el Comité Olímpico Alemán, encargado de la organización del evento, apunto a desplegar una atmósfera amistosa, pacífica y abierta.
Todo transcurría según lo planificado y los fines de Alemania iban en vías de cumplirse. Pero el 5 de septiembre a las 4:30, ocho terroristas, miembros de la organización Septiembre Negro ingresaron al recinto donde los atletas israelíes descansaban. Llevaban ropa deportiva y cargaban armas y granadas en bolsas temáticas.
Para entrar al predio contaron con asistencia de grupos alemanes neonazis y, aún más, con la ayuda de deportistas del equipo estadounidense que desconocían su identidad. Sucede que la seguridad del evento en general -y de los atletas en particular- era evidente e intencionalmente poca. De tal modo, numerosos registros y controles eran salteados sin ningún tipo de llamado de atención. En consecuencia, el atentado fue posible.
Una vez dentro, los atacantes tomaron a once atletas israelíes como rehenes ante su «pedido» de liberación de 234 prisioneros que se hallaban en cárceles israelíes. Así como la liberación de fundadores de la Fracción del Ejército Rojo (Andreas Baader y Ulrike Meinhof), encarcelados en Alemania. Por otro lado, ordenaban cumplimiento de las mismas antes de las 9 de la mañana o uno de los rehenes sería ejecutado.
Los intentos de negociación para con los árabes fueron inmediatos pero sin efecto alguno. Incluso se extendió su tiempo hasta el mediodía, aún el resultado fue la ejecución, en principio, de dos de los atletas retenidos. Más tarde, ante la efectiva liberación de Andreas Baader y Ulrike Meinhof por parte de Alemania, los terroristas «concedieron» dos horas más de negociación.
Y llegaron más y más intercambios entre fuerzas, todos fallidos. Fue entonces que la policía de Múnich decidió comenzar una operación de rescate y asaltar el edificio. El desenlace fue fatal: once atletas, cinco de los terroristas y de uno de los policías terminaron muertos.
Durante este escenario, los Juegos Olímpicos permanecían activos pero el descontento en la gente y la presión internacional obligó su suspensión. A pesar, incluso, del masivo pedido de cancelación, el evento fue pausado solo por un día y reanudado el 7 de septiembre. Sin embargo, ese mismo día, el equipo olímpico israelí anunció su abandono y fueron acompañados por seguridad ante posibles represalias.
Ese año, la bandera olímpica se izó a media asta. Pero desde 2016, el Comité Olímpico Internacional anuncia e inaugura la ceremonia de homenaje y recuerdo en todos los Juegos Olímpicos por venir. Para que se reconozca a los once atletas como miembros de la familia olímpica; para que no haya más Operaciónes Ikrit y Biraam o masacres de Múnich.
Martina Belén Musso
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