LA LUCHA ETERNA DE MANDELA
- Thomas Somoza
- 18 jul 2020
- 3 Min. de lectura
En las latitudes que vieron campeón a España por primera vez en su historia, Nelson Mandela combatió contra las minorías que querían acaparar el poder para no perder sus privilegios. Lo pagó caro, pero valió la pena.

Andrés Iniesta, vestido de azul marino para la Roja, pateaba cruzado al arco de Maarten Stekelenburg, que defendía a los de naranja envuelto en su uniforme amarillo, en el minuto 116 para poner a España 1 a 0 arriba contra Países Bajos en la final del Mundial de Sudáfrica. La Selección que en ese entonces era dirigida por Vicente del Bosque se consagraba por primera vez en su historia. Y lo hacía en tierras que sufrieron la segregación racial que instauró el Partido Nacional —de ideología conservadora, liberal y religiosa— en 1948, pero que fue erradicada por un hombre que bregó por la igualdad de derechos al luchar contra el racismo: Nelson Mandela.
Madiba nació en el pueblo Mvezo y estudió Derecho en la Universidad pública de Fort Hare, pero finalizó su carrera en la de Witwatersrand. Se recibió como abogado en 1943, lo que le permitió adentrarse en el mundo de la política, como cuando se unió al Congreso Nacional Africano (CNA), un partido que tuvo como objetivos el voto de los africanos negros y mestizos y, en la época en que Mandela se unió, combatir contra el apartheid, el sistema que separaba en todo ámbito a la gente de “raza” negra de la blanca. Pero esta era la manera de la minoría blanca para llevar a cabo su misión central: hacerse con el poder para así no perder sus lugares de privilegio.
La policía lo capturó en 1962 y lo condenaron a cinco años de prisión por “incitación a la rebelión”. Pero eso no fue todo. Mientras cumplía ese dictamen, lo acusaron, junto a otros líderes que estaba en contra del apartheid, en el Proceso de Rivonia, que fue un juicio desarrollado entre 1963 y 1964 contra quienes tenían intenciones de “derrocar” al gobierno reinante para erradicar la segregación racial. El juez encontró a Mandela culpable el 12 de junio de 1964 y lo sentenció a cadena perpetua.
Así fue como pasó 18 años en una prisión en la isla Robben —sí, el neerlandés que jugó esa final del Mundial se llama Arjen Robben— ubicada al suroeste de Sudáfrica. Luego fue trasladado a la de Pollsmoor, en Ciudad del Cabo, donde estuvo seis años. Lo movieron por última vez a la cárcel de Víctor Verster. Allí fue donde se encontró en 1989 con el presidente de ese entonces, Frederik de Klerk, para hablar sobre la situación política del país, legalizar los partidos políticos antiapartheid —que eran considerados clandestinos— y definir su excarcelación.
Luego de 27 años en prisión, Mandela fue liberado el 11 de febrero de 1990. Recorrió el mundo para visitar al papa Juan Pablo II, Fidel Castro, George Bush, entre otros, y dar conferencias. En 1991 firmó un acuerdo de paz con el presidente De Klerk para el fin del apartheid, y en 1994 ganó las elecciones con el 62% de los votos. Como presidente creó la Comisión para la Verdad y la Reconciliación para hacer justicia por las violaciones a los derechos humanos de la segregación racial.
Mandela vio a Iker Casillas levantar la copa bañada en oro para España en la tierra en la que nació. Pero también vio, hasta su muerte el 5 de diciembre de 2013, cómo sus políticas fueron fructíferas para terminar con el racismo, la desigualdad y la pobreza para instaurar una justa democracia en Sudáfrica.
Thomas Somoza
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