Hay colocadas veintidós fichas sobre la mesa-pizarrón. Once de color blanco, representar al Inter. Las restantes son naranja y simulan ser el Barcelona. El partido al que se hace alusión corresponde a la ida de las semifinales de la Champions League 2009/10. El encuentro se jugó en el estadio Giuseppe Meazza ubicado en Milán. El que dirigía al conjunto español era Pep Guardiola. Los locales eran comandados por José Mourinho. Y es él quien le da vida al análisis de ese partido. La explicación la hace para The Coache’s Voice, un sitio que reúne a distintos entrenadores que desarrollan cuestiones tácticas.
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Mourinho arrancó nombrando los apellidos de quienes disputaron ese encuentro. “Fue con Messi cómo empezamos a analizar el partido y tratar de anticipar los problemas”, contó el portugués. El lateral izquierdo, Javier Zanetti, se encargaba de Leo. El problema era que, si se colocaba en el medio, quedaría un pasillo libre para la subida de Dani Aves, el 4 de Barcelona. Entonces la solución fue que a medida que Messi se moviera por distintos lugares, los jugadores del Inter deberían comunicarse y turnarse para marcarlo defendiendo la zona en la que cayera. “Tras el partido, la prensa italiana usaba la palabra ‘gabbia’, que la traducción sería una ‘jaula’ a Messi”, continuó Mourinho. Y agregó: “Todo el mundo era responsable de la zona a la que Messi fuera”.
Inter venció 3 a 1 al Barcelona. Messi no apareció. En la vuelta, perdieron 1 a 0, pero no los perjudicó para llegar a la final y luego coronarse ante Bayern Múnich en el Santiago Bernabéu. Segunda vez que Mourinho consiguió ese título.
Lo interesante es cómo un entrenador tuvo que pensar y plantear un partido en función de un solo jugador. Anularlo completamente porque, en caso de dejarle un espacio, un milímetro, podría pagarse caro. Al Inter le funcionó porque, además de lo puesto en el pizarrón en el que se ganan todos los partidos, hubo un compromiso colectivo con la idea. Si queremos ganar, no tiene que jugar Messi.
Esto provoca el rosarino: que un club entero tema por él, por lo que genera. Por supuesto que no siempre funciona. Son contadas con la mano la mano las veces que esto es fructífero. Por ejemplo, en la final de la Copa América 2015 que enfrentó a Chile y Argentina en territorio de la Roja. En su libro Mis latidos, Jorge Sampaoli, quien fuera entrenador de Chile en esa final, desarrolla: “Propusimos jugar el partido en el centro. Como en las áreas Argentina es mejor que Chile, elegimos sacar el partido de las áreas”. Para explicar el peligro del jugador de Barcelona, advirtió: “Si poníamos mucha gente en el área rival (…), hubiésemos estado expuestos a que Messi contragolpeara con mayor libertad”.
Ese encuentro finalizó 0 a 0 y Chile ganó 4 a 1 en los penales. Otra vez, anular las posibilidades de jugar de Messi. Claro que esto no garantiza la victoria, pero, con el fútbol de estos tiempos, en el que se le da mucha importancia a la psicología, la nutrición, el análisis de video, a los datos, en el que los entrenadores están hasta en el más recóndito recoveco de este hermoso deporte, pueden reducirse las posibilidades de éxito de Messi.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, él sabe cómo destruir estructuras diseñadas para su fracaso momentáneo. Estructuras cada día más cerradas y estudiadas. Equipos que refuerzan cada día más la zona 14, ese espacio que se contempla entre la espalda del volante central y la medialuna en la que están ubicados los centrales. Y cada vez son menos los futbolistas que poseen la gambeta como arma letal. Se mecanizan movimientos y se crean robots, como si al fútbol se jugara corriendo como al atletismo.
Messi, como lo definió Valdano, es esa la mezcla perfecta entre el potrero argentino y la escuela europea. Gambeta inteligente que siempre es eficaz. Cada segundo que pasa, Messi se hace más sabio y conoce cómo y en qué momento esquivar a sus rivales, dar un pase al pie, uno profundo, otro alto, engañar, esconder la pelota, darle con cara interna, con la externa, de tres dedos, picarla, amagar un remate, tirar un caño, pegarle por debajo de la barrera, por arriba, con chanfle, provocar una falta, hamacarse, mover su cintura sin tocar la pelota, salir para un lado, para el otro.
Todo eso es Leo y más. ¿Le hace falta una copa con Argentina? No. Estos jugadores aparecen cada décadas. Y es poco probable que salga uno con tanta superioridad y registros como los que tiene este pibe. Porque sentarlo en la mesa de los “mejores de la historia” es tan burdo que no admite discusión. En su tiempo, se disfrutó a Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Hoy, contemporáneos de Messi, se lo debería disfrutar sin cuestionamientos. Porque el fútbol es hermoso por esta clase de gente. Entonces sentate y miralo jugar, carajo, que seguro se te va a escapar una sonrisa cuando haga una de las suyas.
Thomas Somoza
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