El cierre de los años ´70 fue muy bueno para Boca, entre títulos nacionales y consagraciones internacionales. La década del ´80 no comenzaba nada mal para el “Xeneize”, fichó a un joven Diego Armando Maradona y con Silvio Marzolini (quien más partidos jugó con la camiseta azul y oro) como director técnico, obtiene el campeonato 1981. Maradona estaba empezando a construir su leyenda y era muy difícil que se quede en el fútbol argentino mucho tiempo más, así que tras un estupendo torneo que le valió esa consagración a su equipo, migró a Europa. Poco después, empezaría la debacle de Boca Juniors.
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“A mi me tocó jugar en la peor época de Boca, no era un equipo grande cuando yo estaba ahí” expresó alguna vez Óscar Ruggeri. “El Cabezón” salió de la cantera boquense y jugó allí entre los años 1980 y 1984, y si bien fue parte titular del equipo campeón de 1981, también lo fue de un equipo que estuvo al borde de descender tres años después. Claro, aquel conocido como “El Boca de Maradona, Brindisi y Marzolini” era de verdad un dream team, pero para construirlo el club invirtió un dineral. Y lo hizo bajo un pobre contexto nacional de crisis social, política y económica (plena dictadura cívico-militar), que nunca ayuda. Cuando las estrellas se fueron, el equipo quedó desnudo, tanto a nivel deportivo como institucional.
Sin ninguna duda, esa fue la peor época de Boca. Tuvo que esperar hasta once años, en 1992, para volver a gritar campeón. Pasado el pésimo momento, y hasta el día de hoy, el hincha xeneize sigue señalando cada quien a su respectivo culpable. La solución estuvo cruzando el Río De La Plata, hubo que ir a buscarla a la República Oriental del Uruguay. Primero, fichando a Sergio Daniel “Manteca” Martínez, que supo meterse a la hinchada en el bolsillo a base de goles importantes y golazos, y luego dándole el cargo de director técnico a un verdadero maestro del fútbol: Óscar Washington Tabárez.
Ese plantel, con ese mismo cuerpo técnico y algún que otro nombre diferente en los jugadores, había conseguido el año anterior dar serias muestras de mejoría, cuando llegó hasta las Semifinales de la Copa Libertadores siendo eliminado por el futuro campeón (Colo Colo). Pese al golpe que significó la derrota a nivel continental, Boca siguió por el mismo rumbo, y le respetó el cargo de líder al uruguayo.
Esa decisión de la dirigencia fue la más acertada. Al año siguiente el club rompería su mala racha, de ya más de una década de sequía, con un torneo fabuloso en el que perdió solamente dos de los diecinueve partidos, ganando diez y empatando los siete restantes. Recién conoció la derrota en la fecha 15, cuando de local cae 0-1 en el clásico frente a Independiente. Dos semanas después, es derrotado por segunda y última vez, de nuevo en La Bombonera, pero en esta ocasión por 3 a 2 y ante Deportivo Español.
Si algo hicieron este par de derrotas, fue darle una dosis de suspenso y pimienta al campeonato. River Plate, su clásico rival y único escolta, aprovechó ese lapso de laguna futbolística del puntero para acecharlo. Pero no fue más que una amenaza. Decididamente, los del oriental habían hecho más mérito para quedarse con ese campeonato, perdieron menos, ganaron más, convirtieron más goles y se habían quedado con aquel Superclásico.
Para la fecha 18, Boca debía cambiar la cara y ganar o ganar, y eso hizo. Ante un Platense que ejercía de local en la cancha de Independiente, el puntero del campeonato se impuso por 3 a 1, pero perdió por lesión a su figura: “Manteca” Martínez. Con una baja sensible y con el eterno rival a la espera de un paso en falso. Los de La Rivera recibían a San Martín de Tucumán, si bien un empate le alcanzaba, el nerviosismo estaba a la orden del día. Boca se encontraba a nada de quebrar la peor sequía de su historia, y si no lo hacía, su contracara se quedaría con toda la gloria. Para colmo de males, San Martín se aventajaría, y se iría al vestuario arriba ganando por tan solo 1-0 pero era suficiente para negarle el campeonato a todo un pueblo bostero y extender su pesadilla. Sin embargo, la llave de la consagración estaba en el banco, el juvenil Benetti ingresó en el entretiempo y ni bien arrancó la segunda parte (a los dos minutos) hizo el gol que significó el campeonato, el fin de una larga agonía y la emoción hasta las lágrimas de muchos.
Cuando Francisco Lamolina (árbitro de aquel encuentro) se llevó el silbato a los labios para decretar el final del partido, el grito de desahogo llegó hasta el cielo. Cuántas cosas le habrán pasado al hincha boquense en ese momento. Las memorias para el olvido de la década pasada, quizás todavía intentando explicarse a sí mismos cómo habían pasado de ser campeones mundiales a estar al borde del descenso en tan poco tiempo (en 1978 Boca es campeón del mundo por primera vez y en 1984 terminó el campeonato un puesto por encima de la última plaza de descensos, tan solo 6 años entre un acontecimiento y el otro). Once años que pasaron tan rápido, pero a la vez tan lento, pero ya nada de eso importaba en ese momento. Boca había logrado quitarse de encima su peor racha en la historia.
Franco Janczewski
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